Los Mártires de México

21. octubre 2016 | Por | Categoria: Santos

Los Mártires de México son una de las glorias más grandes de la Iglesia en el siglo veinte. El Papa Juan Pablo II canonizó a veinticinco de ellos, sacerdotes y laicos, como una primicia de los que esperan la gloria definitiva de los altares. ¿Quiénes eran esos confesores de la fe que nos llenan de santo orgullo?

En el año 1927 ardía con furor la persecución contra la Iglesia Católica bajo el Presidente Calles, empeñado en el empeño inútil de acabar con la fe católica del pueblo mexicano. Pero no consiguió sino reforzar más y más a la Iglesia, uniéndola en torno a la sangre de sus héroes, como lo pidió San Cristóbal Magallanes, que exclama ante el pelotón: Pido que mi sangre sirva para la unión de mis hermanos mexicanos. Con él, moría su coadjutor el Padre Agustín Caloca, joven sacerdote, que exclamaba también: Soy y muero inocente, y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos.

San Rodrigo Aguilar es sacado violentamente de su parroquia por las fuerzas federales, que atan una soga gruesa a un árbol mango, la enlazan al cuello del mártir, y le preguntan: ¿Quién vive? El mártir, valiente: ¡Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! Los soldados brutales tiran de la soga y el cura queda suspendido, ahogándose. Otra vez la pregunta: ¿Quién vive? Y la misma respuesta vigorosa: ¡Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! Nuevamente el mismo suplicio: ¿Quién vive? E idéntica respuesta del agonizante sacerdote, con la lengua afuera y que casi no puede silabear: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!… Fueron sus últimas palabras.

El Padre Julio Alvarez Mendoza, que había pasado su ministerio sacerdotal con sencillas gentes del campo, es colocado sobre un montón de basura para ser fusilado, y exclama con dulzura conmovedora: Muero inocente. No he hecho ningún mal. Mi delito es ser ministro de Dios. Yo les perdono a ustedes. Y con esta dulzura, cruzando suavemente los brazos ante el pecho, recibe la descarga.

El Padre Luis Batis era un sacerdote entregado del todo al ministerio con los jóvenes. Al saber que le buscan los soldados, dice sereno y gozoso: ¡Que se haga la voluntad de Dios! Si Él quiere, voy a ser uno de los mártires de la Iglesia. Es apresado con tres colaboradores suyos y al ser colocado en la carretera con Manuel Morales, el sacerdote pide a los verdugos: ¡No, a él no! Mátenme a mí, pero no a él que es un padre de familia. Manuel es un cristiano a carta cabal, y responde: Señor Cura, yo muero, pero Dios no muere. Él cuidará de mi esposa y de mis hijos. ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! Así mueren el Párroco y su feligrés, igual que los otros dos jóvenes Salvador Lara y David Roldán. Los cuatro cayeron bajo las balas aquel día de la Asunción. La Virgen se los llevaba al Cielo como un trofeo.

El Padre Román Adame era todo bondad, sintetizada en el lema que no se le caía de los labios: ¡Sea todo por Dios! Y así fue su martirio. Uno de los soldados se niega a participar en el fusilamiento del sacerdote y los otros lo quieren fusilar junto con el mártir, que intercede por él: ¡No lo maten! A mí, sí… Salva al soldado, y él muere con su clásico ¡Sea todo por Dios! en los labios…

El Padre Justino Orona era un mártir viviente, siempre bajo el peso de la cruz, que dejó escrito: Los que siguen el camino del dolor con fidelidad, pueden subir al Cielo con seguridad. Así, cuando fue apresado, y ante los fusiles, lanzó un vigoroso ¡Viva Cristo Rey!, y al Cielo que se iba aquel fiel discípulo de la Cruz. Su Coadjutor, el joven y festivo sacerdote Atilano Cruz, desde la casa, oyó la descarga que cortó la vida de su Párroco y se quedó tranquilo arrodillado al pie de la cama, pensando: ¿A que vienen también por mí? Fueron por él, y allí mismo acribillaban a balazos al simpático sacerdote, que había escrito: Nuestro Señor Jesucristo nos invita a que lo acompañemos en la pasión.

El Padre Mateo Correa es invitado a confesar a unos presos de la cárcel, y el general le ofrece la libertad y la vida con esta condición: Si me revela lo que ha oído en confesión, le perdono la vida; de lo contrario, lo fusilo. El Padre Mateo responde sereno: Puede usted matarme. Un sacerdote guarda siempre el secreto de la confesión. ¡Estoy dispuesto a morir! Otro militar golpeaba duramente al Padre Pedro Esqueda, fundador de escuelas de Catecismo y centros de adoración del Santísimo: ¡Toma!, le dice brutalmente mientras le abre una herida en la cara, ahora ya has de estar bien arrepentido de ser cura: El mártir responde feliz: ¿Arrepentido? ¡No, jamás, ni un momento, y poco me falta ya para estar en el Cielo! O como el joven Padre Margarito Flores: Me hierve el alma, yo también me voy a dar la vida por Cristo. Voy a pedir permiso a mi Superior y también me voy a emprender el vuelo del martirio.

El Padre José Isabel Flores era muy valiente. Apresado y metido en un lugar degradante, le ponen una música bella que le divierta, mientras le dicen: Qué bonita música, ¿verdad? Te dejamos libre si aceptas nuestras leyes. Y el Padre: Me voy al Cielo a oír una música mejor. ¡Antes morir que fallarle a Dios!

Y así los otros mártires Miguel de la Mora, David Galván, Pedro de Jesús Maldonado, Jesús Méndez, Sabas Reyes, José María Robles, Toribio Romo, Jenaro Sánchez, Tranquilino Ubriarco y David Uribe. Este último, al ser apresado, recibe toda clase de garantías si reniega de la Iglesia Católica, del Papa en particular, y se pasa a la iglesia cismática creada por el Gobierno. Pero rechaza con energía las proposiciones que le hacen: “Si fui ungido con el óleo santo que me hace ministro del Altísimo, ¿por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la sangre de Cristo? ¡Qué felicidad morir en defensa de los derechos de Dios! ¡Morir antes que desconocer al Vicario de Cristo! Estoy en las manos de Dios y de la Virgen de Guadalupe”.

Así fueron los Santos Mártires Mexicanos y ésta fue la herencia gloriosa que nos legaron. Desde la Gloria nos dicen: ¡Animo! Dios no muere. Ni debe morir en América la fe cristiana y católica…

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