¿Y si nos atacan a Dios?…

14. noviembre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Nos ocurrió el caso en una reunión de nuestro Grupo —amigos y amigas de Cursillos de Cristiandad— ante el fracaso que tuvo uno de nuestros compañeros, a quien su jefe le dijo despectivo: -¿Y de qué les sirve a ustedes Dios? Siempre a cuestas con Él, y habrían de empezar por decir a ver si Dios existe. Y si existe, a ver cómo es. Y además, en qué se ocupa de nosotros…
El compañero, por respeto al jefe, se limitó a decir: -Bien. No se meta con mi fe, pues yo tampoco me meto con la suya.
La respuesta no era mala, pero tampoco era buena. Con algo de calor, le dijimos al amigo:
– Deberías haberte enfrentado con más valentía, y haber cumplido lo del apóstol San Pedro: “Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones. Hacedlo, sin embargo, con dulzura y respeto” (1Pedro 3,15).
Citadas estas palabras de la Biblia, reforzamos nuestra opinión:
– ¡Debías haber dado testimonio más claro y explícito de tu fe!
Llevado el asunto a nuestra reunión, el Padre Consiliario nos propuso:
– No hubiera sido tan difícil contestar. Bastaría haberle peguntado al jefe arrogante: ¿Tiene usted ojos para ver y cabeza para discurrir? ¿Tiene usted conciencia? ¿Sabe usted leer la Biblia?… Contemple la naturaleza, y verá que tiene que haber un Dios Creador… Si usted tiene conciencia, atrévase a decir de dónde le vienen sus voces… Si se convence de que Dios existe, mire en su Palabra y verá lo que es Dios…
Preveíamos todos una magnífica explicación, pero añadió el Padre:
– Sin embargo, les aconsejo que no discutan con el que no cree. No pierdan el tiempo. Recen por él, y hagan lo del compañero: con su conducta, den testimonio de su fe.
No discutimos más. Pero recibimos la clase oportuna sobre el tema de Dios, en conformidad con esas tres preguntas tan atinadas.

¿Podemos decir que nos bastan los ojos y la cabeza para estar seguros de que Dios existe? Sí, porque basta mirar todo lo que nos rodea para convencerse de que por fuerza hay un Creador. Hasta los incrédulos más perversos tienen momentos de sinceridad, y lo confiesan.
Como aquel que fue precursor de la Revolución Francesa. En su última enfermedad, hace que le acerquen su cama a la ventana. Contempla desde ella un paisaje maravilloso, cuando ya había estallado la primavera y todos los campos estaban en flor, y comenta ante la extrañeza de todos: -Y esto, ¿tiene algún autor fuera de Dios?… (Conde de Mirabeau)

Quien no adivina a Dios en las cosas que ve y que pasman a cualquier inteligencia, que empiece por preguntarse: -¿Son todos los hombres los que se equivocan, y son todos por lo mismo unos tontos? ¿O no seré más bien yo el hipócrita que niega todo, porque me dejo llevar de mi orgullo?…
Al que dice que tiene dificultad en creer en Dios, le podemos hacer la otra pregunta: -¿Tiene usted conciencia?… Parece que con eso de la conciencia no se dice nada, pero esta pregunta queda sin respuesta posible si se quita de en medio a Dios. ¿Quién es el guapo que se siente feliz cuando ha hecho una acción incorrecta? ¿Y tan necio es que se atormenta a sí mismo, en vez de gozar con lo que le ha dado tanto placer y le ha producido tanta satisfacción?…
¿Por qué después de tanto como se ha divertido ha de torturarse ahora? ¿O es que esos gritos se los lanza otro, al que no siente fuera de sí, sino en lo más adentro de su ser?…
Si Dios no existe, ¿cómo se explica el misterio de la conciencia?…

Un obispo de hace ya siglos dio una explicación muy simple y aguda al rey que le proponía cometer un acto contra lo que era su deber:
– ¿Sabe lo que me pide usted? Es como si me dijera: No es nada, sólo le pido que se deje cortar la cabeza (San Teodosio, patriarca de Constantinopla,+826)
Magnífica respuesta. Para quitar a Dios de nuestra conciencia, hay que cortarse la cabeza de un tajo…

Y si se nos pregunta cómo es el Dios en quien creemos, y lo queremos enseñar a otros, empezamos por preguntar: ¿Cree usted en la Biblia? Porque ella es la Palabra de Dios, y nos enseña lo que Dios ha revelado de Sí mismo.  
– Dios es el Creador, de cuyas manos salieron todas las maravillas que contemplan nuestros ojos.
– Dios es un Padre que ama. A pesar de la mala jugada que le hizo el hombre instigado por Satanás, en el mismo paraíso en que peca recibe la promesa de un Salvador que lo librará de la culpa y de la muerte.
– Dios es el Fiel que cumple su promesa, y un día manda al mundo su Hijo, hecho hombre, Jesucristo, que con su muerte paga por el pecado y nos libra de la pena eterna que habíamos merecido.
– Dios es el que nos envía después su Espíritu Santo, que llevará a término feliz la obra de Jesucristo el Redentor, hasta que vuelva Jesucristo a cerrar la historia del mundo y llevar a los elegidos a la Gloria.
Y sobre esta acción de Dios —el que es Trinidad, el Uno en Tres Personas—, la Biblia nos dirá de mil modos, con palabras y con hechos, que Dios es el Todopoderoso, el de grandeza infinita, el eterno.

Nos dirá sobre todo, en una afirmación bellísima y colosal, que “DIOS ES AMOR”. Y si es Amor, nuestra vida será también para Dios un servicio ininterrumpido de amor. Porque el amor nuestro será la única moneda válida con que se deberá pagar el Amor inmenso de un Dios que, siendo Dios, no ha sabido ni ha podido hacer por nosotros los hombres más de lo que ha llegado a realizar…
Si nos ha dado su Hijo, Jesucristo, ¿qué le queda por dar? Si nos promete y nos va a dar su mismo Cielo, ¿qué se reserva ?…

Dios es un misterio y un abismo insondable. Pero nosotros, sabiendo todo esto, ¡no nos callaremos, no,  ante quien nos venga pidiendo razón sobre nuestro Dios!…

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