¡Presente!…

3. noviembre 2021 | Por | Categoria: Dios

La oración oficial de la Iglesia en la Liturgia de las Horas comienza con un salmo de invitación precioso, que da este atinado consejo: -¡Escuchen hoy su voz! ¡No endurezcan el corazón!  (Salmo 94,7)

La actitud del hombre, en especial la del cristiano, ha de ser como la de aquel buen soldado herido gravemente en la Guerra Mundial. Estaban mezclados los heridos en un hospital de sangre, franceses y alemanes juntos, unidos fraternalmente después de haber peleado a muerte los unos contra los otros. El soldado francés, va repitiendo suave una sola palabra: ¡Presente!…
Era un buen muchacho católico. Había estado rezando con su devocionario en la mano, pero ya no podía más. Lo ha dejado caer de las manos, y ahora va repitiendo su palabra misteriosa. Se le acerca el médico alemán, que piensa:
– Nada. Este pobre muchacho se debe estar acordando de la mamá, que tiene tan lejos. ¡Pobrecito!…
Entonces le habla con ternura: -¿Qué te pasa? ¿Qué quieres?…
Con labios pálidos, el joven soldado contesta:
– ¡Nada! Dios me ha llamado. ¡Presente!…

Emociona oír una escena como ésta. ¡Y hay que ver la lección de vida cristiana que encierra!
Realmente, que pagaríamos oro por tener al final una muerte semejante, al poder decir con sinceridad y confianza: -¡Señor, aquí estoy! ¡Presente!…
Una respuesta así no se improvisa. Es algo que se aprende con la repetición continua de esa palabra formidable, “¡Presente!”, repetida una y otra vez, cada día muchas veces, siempre que se ha adivinado la voz de Dios que llama.

Estamos en la época del transistor, que tenemos todo el día conectado. Entre la multitud de ondas que nos lanzan sus voces, no hay ninguna que nos pueda hacer tanto bien como la de Dios. ¿Por qué no sintonizar con ella? Y captada, ¿por qué cambiar de onda, sin habernos dado tiempo de contestarle ¡Presente!, como una costumbre ya adquirida, y fuertemente arraigada en el alma?…
Dios nos llamó primero a la vida, y fueron nuestros padres los que le dijeron al Creador por nosotros, ofreciéndole el fruto de su amor:
– Señor, aquí está: ¡presente!…
Dios nos llamó después a la fe, salimos de las aguas bautismales muy niños, y los papás y padrinos dijeron lo mismo con devoción profunda: -Señor, aquí está: ¡presente!…

Pero, a partir de entonces, ya mayores y con plena conciencia de hombres y mujeres cristianos, la respuesta se convierte en un acto revestido de plena responsabilidad. Y en los momentos cumbres de la vida, cuando se hubo de escoger el camino definitivo, se le preguntó a Dios, y se le dio la debida respuesta:
– Señor, ¿dónde me quieres? Aquí estoy. ¡Presente!…
Habrá muchas veces en que la respuesta se hace difícil, como la que hubo de dar aquel muchacho universitario, estudiante en Salamanca, que se pasea inquieto por las calles de la ciudad, muy pensativo mientras sus compañeros disfrutan en el bullicio de amigos y amigas que se divierten:
– ¡Me voy, me voy al campo a pasear entre los árboles y al sonido de los pájaros cantores! A ver si se me calman estos nervios… ¿Por qué, Señor, te has de fijar en mí, si yo no quiero?…
Hasta que al fin se rinde, y pronuncia la palabra generosa:
– ¡Presente!… Señor, lo que Tú quieras.
En buena hora lo dijo. Ingresa en la Compañía de Jesús, y llega a ser un sacerdote santo y un escritor de fama (Padre Nieremberg)

Esa respuesta fue difícil. Pero muchas veces la respuesta a Dios será fácil y hasta agradable. Nadie piensa que un novio o una novia se le quejen a Dios: -Señor, ¿esto quieres de mí, que me case?… No; eso no lo dice nadie.
Pero en la vida de la llamada fácil, como en la vida de la llamada difícil, en las dos vidas se presentan momentos en los cuales hay que estar diciendo a Dios:
– ¿Esto me pides, Señor?…
Y en esos momentos es precisamente cuando hay que contestar a Dios con generosidad: ¡Presente!… Lo que Tú quieres, y basta…

Es entonces cuando se decide la suerte de la persona.
¿Quiénes son los que se encumbran a las alturas de la santidad cristiana? Sólo aquellos del indefectible y continuo ¡Presente! en sus labios.
¿Quiénes son los que incluso se pueden perder? Los que no han seguido lo que les ha dicho el salmo de la Biblia: -¡No endurezcan el corazón!…  

El bueno de San Juan Vianney cifraba su enseñanza en esta frase tan seria: “El oír y el no oír pueblan el cielo y el infierno”. Muy grave y muy severo el Santo Cura de Ars, pero al fin y al cabo no hacía más que decir con otras palabras lo que ya había sentenciado Jesucristo: -No el que dice ¡Señor, Señor!, sino el que cumple la voluntad de mi Padre entrará en el reino de los cielos (Mat. 7,21)

Hemos oído a un soldado francés moribundo. Oímos ahora a una emperatriz también de los franceses.
Estaba en su última enfermedad María Teresa, la esposa del Rey Sol. Los que la rodean, le aconsejan y piden: -Majestad, Señora, descanse, duerma.
Y ella, muy tranquila, con aquella su dignidad de reina y sin perder su compostura: -Para mí esto no es más que pasar de una habitación a otra. No me molesten. Que quiero ir bien despierta al encuentro del Dios que me llama.
María Teresa había sido una mujer y una reina ejemplar. Una de esas personas que a cada momento repetía a Dios el clásico ¡Presente!…

Cuando Dios llama —y llama montón de veces cada día—, no dice más que una cosa: -Esto me gusta a mí. ¿Lo quieres hacer?… Invita; no fuerza. Y qué bonito es responderle: ¡Señor, aquí estoy!… 

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso