En pos de las huellas de Dios

26. septiembre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Un filósofo muy profundo y muy conocido se encontró en su tiempo con la moda que negaba la existencia de Dios, y puesto a dar razones de su fe, dijo:
– ¿Que si existe Dios? Sí, y la prueba la tengo en mi bolsillo.  Saca el reloj, y lo enseña: -¡Aquí está!… (Balmes).
Esto es lo que de niños se nos enseñó a cantar en el catecismo: No hay reloj sin relojero, – ni mundo sin Creador; – el que no lo ve está ciego, – ¡porque el mundo lo hizo Dios!…
Podrían decir algunos: -¿A qué nos vienen con cosas de niños?  Sí, ciertamente, cosas de niños; pero es una razón que puede dejar sin palabra a los sabios más grandes.

Decimos esto antes de comentar la noticia que una vez traían los periódicos. Y, por cierto, no es la primera vez que traemos en nuestro programa estas palabras del filósofo y este canto de los niños…
Justo había comenzado el siglo actual, cuando los diarios nos traían una fotografía impresionante de verdad, junto con esta noticia:
– Se ha descubierto el mayor conglomerado estelar del cielo.
En la fotografía se amontonan apretadas las estrellas sin dejar entre ellas apenas algún pequeño espacio libre. Y explicaba el periódico: -Los investigadores de la NASA han localizado un cúmulo estelar que ocupa un espacio de seiscientos millones de años luz y que parece ser el mayor conjunto de cuerpos celestes descubierto hasta ahora por el hombre en el universo. No se conoce nada semejante de tales dimensiones. Y especificaba después algunos detalles:
– Contiene trece galaxias —como la nuestra de la Vía Láctea— y 18 quasares. Este conjunto está bajo el centro de la constelación de Leo a seis mil quinientos millones años de luz de la Tierra (Avvenire, Enero 10, 2001)

Para entender algo esta noticia, pensemos en esto: que nuestra galaxia, la de la Vía Láctea, tiene unos doscientos mil millones de estrellas como el Sol, y que las galaxias de esa fotografía son trece: o sea, que siendo iguales poco más o menos que la nuestra, contienen más dos millones de millones de soles… Si no queremos volvernos locos, vale más no pretender abarcar con nuestra imaginación lo que esto significa…

Nosotros miramos una noticia semejante como una sonrisa de Dios al mundo. Nos imaginamos a Dios mirándonos a nosotros, y, al ver nuestro pasmo, decirnos a la vez que nos mira sonriente:
– ¿Llegan a barruntar lo que es mi grandeza? Allí estoy yo, lo mismo que en la Tierra…. El salmista de la Biblia decía: “Si tomo las alas de la aurora, y me voy hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu mano” (Salmo 138,9) Yo les invito a todos a subir, y les aseguro que allí me van a encontrar…, y allí les espero.
– ¿Llegan a barruntar mi poder y mi sabiduría? Todo eso lo hice en un instante, pues me bastó una palabra: “¡Hágase!”, y aparecieron esos millones de millones de estrellas, diciendo gozosas: “¡Aquí estamos!”, y yo las conozco a todas, una por una, con su nombre propio…
– ¿Llegan a barruntar mi eternidad? Hace unos quince mil millones de años que existen, y justito están ellas comenzando. Para entonces hacía una eternidad que yo existía, y cuando ellas se apaguen yo seguiré existiendo otra eternidad, mi misma y única eternidad…
– ¿Llegan a barruntar mi hermosura? Esa belleza inimaginable para los ojos de los hombres, no es más que un pálido reflejo de la hermosura mía….

Una fotografía como ésa tomadaa por los satélites de la NASA nos llevaría a hacer muy provechosamente la meditación que San Ignacio de Loyola llama “Contemplación para alcanzar amor”. ¡Qué bien que nos sabríamos elevar de las criaturas al Creador! ¡Qué himno de alabanza el que alzaríamos hasta su trono!

Y no sería una temeridad. Sería realizar el sueño del poeta cuando exclamaba: De que mire las estrellas – no estés celoso, mi Dios, – que quiero perderme entre ellas – para encontraros a Vos (Verdaguer).
Y más que un sueño del poeta, sería cumplir lo del apóstol San Pablo, cuando nos dice que tenemos claro ante los ojos lo que se  puede conocer de Dios, porque Dios nos lo ha revelado. Ya que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se nos ha hecho visible desde la creación del mundo a través de las cosas creadas (Romanos 1,1920)

Cuando gran parte de la sociedad, sobre todo de la sociedad culta y del bienestar, se olvida y se aleja hoy de Dios, un descubrimiento como éste viene a ser una nueva llamada de Dios, que parece se está diciendo a Sí mismo:
– ¡Esos hijos míos, que me olvidan!… ¡Que me conozcan! ¡Que sepan quién soy! ¡Que descubran mi grandeza, mi sabiduría, mi poder, mi hermosura, mi eternidad!… Esas cosas que con tanto amor salieron de mis manos en la creación, y que por ellos cuido con tanto amor, y con tanto amor también se las manifiesto, que les hagan ver lo que les espera si me son fieles…, pues lo que les guardo es mayor, mucho mayor de lo que ellos ven…; que les hagan temer lo que les vendrá encima si reniegan de mí, pues toda esa creación se volverá un día contra ellos…

Se ha dicho muy atinadamente que cada uno de esos descubrimientos es un abrirse una nueva ventana y aparecer en ella, sonriente, la cara de Dios, el cual  se dirige a los hombres de hoy diciéndoles:
¡Búsquenme, que me van a encontrar!…
¡Miren lo que soy, y lo que les espera cuando me vean cara a cara, que no se lo pueden ni imaginar!
¡Ámenme, y sabrán lo que será verse amados por un corazón más grande que ese Universo que contemplan sus ojos!…

Éste es Dios, y así nos habla. Para que le admiremos. Para que le queramos. Para que soñemos en Él… ¡Qué bello y dulce el acento de su voz!… 

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