Eliminados el sida y las drogas

21. enero 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Como personas, como ciudadanos del mundo, como cristianos más que nada, estamos todos nosotros interesados en todas las cosas que conciernen a la sociedad. Nos alegran grandemente sus bienes, sus logros, su bienestar…, y nos preocupan mucho sus males, muy graves algunos de ellos. Hoy reflexionamos sobre las drogas y el sida, dos problemas preocupantes de verdad.  

Y comienzo recordando una reunión parroquial.
Éramos bastantes los asistentes, con mucho elemento joven. Se trató, naturalmente, de lo que más afecta hoy a la juventud, y salieron pronto a relucir las drogas, el sexo, el sida… Vino el proponer remedios, y un joven simpático suelta con todo aplomo:
– Si yo estuviera en el Gobierno, y dependiera de mí el hacer lo que pienso, acabaría bien pronto con las drogas. Daría libertad plena para su venta, y que se consuman las que quieran. Al ver los consumidores cómo se trastornan, enferman y hasta mueren, los demás escarmentarían y ya no las tomaría ninguno.
Nos reímos con gusto, y, por supuesto, nadie tomó en serio la teoría del simpático muchacho. Hubo alguien de más peso, y con buena experiencia en la vida, que le objetó:
– La venta del licor es libre. Cada uno toma lo que quiere. Los trastornos producidos por el alcohol, que es la peor de las drogas, están a la vista de todos. ¿Cómo es que no desaparece el alcoholismo?…
El chico, naturalmente, no supo qué responder. Con las drogas pasaría igual que con el licor, por malas consecuencias que se temieran y hubiesen de venir.

Y cuando salió también a relucir el asunto del sida, después de aclarar el director de la reunión que, por ahora, no tiene remedio esa enfermedad, otro muchacho tuvo una intervención decisiva:
– ¿Que no tiene remedio? ¡Yo lo tengo! Sólo pido que se cumpla la Ley de Dios.
Risas en unos, seriedad en otros, y la conciencia de todos con una espina clavada bien adentro. Porque el comentario se lo formulaba cada uno sin más:
– ¡A ver si este muchacho no tendrá bastante razón con eso del quinto y el sexto mandamientos!…

Estaba reciente la Décima Conferencia Internacional contra el Sida, con miles de expertos de todo el mundo, y en la cual hubo de confesar el Presidente de aquella Asamblea mundial:
– Debemos enfrentarnos a la realidad de que no hemos logrado todavía desarrollar un fármaco efectivo o una vacuna contra el sida (En Okinawa, 1994)

Por todas partes nos encontramos esparcidos —en carteles, revistas, murales— los eslogans con que los gobiernos y las organizaciones por la salud quieren prevenir a los ciudadanos.
Algunos son eslogans excelentes. Otros, muy discutibles. Porque, aparte de no ser del todo seguros muchos métodos que proponen, nunca se puede aceptar nada que vaya contra la conciencia y que no se ajuste a las normas morales, pues, si nos atenemos a la Biblia, oímos cómo nos dice San Pablo:
– No hay que hacer el mal para conseguir el bien, lo cual merece justa condenación (Romanos 3,8)

Al hablar de estos males que padece nuestra sociedad —alcoholismo, drogas, sexo incontrolado— la Iglesia, y todas las personas de buena voluntad, miramos el origen del mal para evitarlo, pero acogemos con amor grande y corazón generoso a las víctimas del mal.
Muchas víctimas de esta enfermedad tan preocupante son inocentes del todo, y pagan las consecuencias del mal hecho por otros. Pero, vamos a la respuesta del muchacho: ¿No tendría sobrada razón al apuntar a la Ley de Dios?…

Nada más sale esta expresión, La Ley de Dios, asoman sonrisas a muchos labios. Pero esa Ley divina, salida del corazón de un Dios que nos ama, y dictada para nuestro bien, da el remedio para todos los males. Concretamente, en nuestro caso, con observar el quinto y el sexto mandamientos desaparecerían el alcoholismo, la drogadicción y cualquier enfermedad proveniente del abuso sexual.

Se difundió mucho la anécdota de aquel sacerdote misionero, que fue al Africa en los primeros años de su moderna evangelización.
El rey, o jefe de la tribu, ha oído sobre la ley que predica ese extranjero, y lo llama para cerciorarse por sí mismo.
El Padre le tranquiliza, diciéndole que sólo propone la Ley de Dios tal como la enseña la Iglesia Católica, contenida en los Diez Mandamientos.
– ¿Qué mandamientos tenéis vosotros? ¿Cuál es esa vuestra ley?
Los recita el Misionero, mientras el rey escucha atento. Al final, pide con resolución:
– Dame esa ley, que, como se cumpla en mi territorio, seré el rey más grande y famoso.

El joven valiente de la reunión, y este jefe de tribu, que apenas se estaba abriendo a la fe, ¿no tendrían razón sobrada al dar, como receta de muchos males, la guarda de sólo Diez Mandamientos?…

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