La Verdadera Fe

12. enero 2010 | Por | Categoria: Diversos

Hace un tiempo, falleció mi hermano mayor, Rogelio Sotela. Un distinguido abogado, quien fuera Decano de la Facultad de Derecho de la UCR por varios años, y en diferentes ocasiones campeón nacional de ajedrez. Hombre ejemplar en todo y muy apreciado por quienes lo conocieron.

Al morir mi padre, él fue para mí, algo muy especial, porque como yo tenía quince años, él asumió el papel de padre y me firmaba las notas en el Liceo de Costa Rica. Estuvo muy cerca de mí, siguiendo mis pasos para que no dejara de estudiar y no me fuera a desviar. Esto nos hizo muy amigos y así, tuve en él a un hermano, un padre y un amigo.

Fue mi patrón a seguir, fue mi norte, siempre tuve el consejo oportuno y sabio que con gran amor me brindó siempre que lo necesité y principalmente el ejemplo que en todo me dio.

En los dos últimos años, se salud se vio afectada y se inició un descenso en su energía física y mental, hasta que, como un premio de Dios, se quedó dormido, sin sufrimientos, sin agonías dolorosas, con la mayor paz que un ser que ha vivido muy cerca de Dios pueda tener.

Pues resulta que un día, su hija, le dijo:
«Papá, no se preocupe, porque usted va para el cielo».
Y mi hermano le contestó:
«No mi hijita… ustedes son los que no tienen que preocuparse, porque yo desde el cielo los cuidaré».

Esa es la respuesta de un hombre con verdadera fe, de gran espiritualidad, de quien vive auténticamente su cristianismo.

Hemos oído miles de veces que la familia es la célula básica de la sociedad, y, si queremos que la sociedad vaya bien, tenemos que conservar sana y vigorosa a la familia.

La sociedad no es más que el desarrollo de la familia; si el hombre sale corrompido de la familia, corrompido entrará en la sociedad.

Cuando el hombre y la mujer, desde niños, se desarrollan sanos en la familia, y aprenden en ella los principios de la piedad con Dios, de la fidelidad a la Iglesia, de la buena educación, de la moral y de la honestidad, entonces el hombre y la mujer entran en la sociedad con el bagaje de una riqueza que no se puede comprar con todo el dinero de un banco. Lo han recibido de la manera más gratuita de unos padres que han respondido a la vocación de Dios de manera perfecta.

Se nos indica también que la familia es la primera iglesia doméstica, y, por lo mismo, cara a nuestra fe, hemos de trabajar por que la familia sea un santuario donde Dios tenga una morada digna del mismo Dios, autor de esa iglesia doméstica donde es honrado, invocado y amado.

Entonces, como hombres y como cristianos, estamos muy interesados en que la familia funcione a perfección.

El trabajo, la unión, el amor, la Ley divina, la oración en el hogar…, son el seguro total de una familia según el corazón de Dios.

Y cuando llegue el día de la despedida última, porque un día u otro le tocará a cada uno de los miembros de la familia, dirá el que se va a los que quedan, como dijo mi hermano: «No se preocupen, desde el Cielo yo los cuidaré».

Así es. Porque la familia no se deshace. Se pasa, sencillamente, de un hogar a otro, y este último hogar, preparado por Dios, debe ser una maravilla, y es el que todos ansiamos lograr en la vida eterna…

Como estoy seguro ya disfruta mi hermano Rogelio

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