El Hijo de mi Corazón

22. junio 2008 | Por | Categoria: Diversos

José y yo nos casamos pensando en poder tener muchos hijos, pero desde el primer hijo mi salud falló, pues mis riñones no podían eliminar los tóxicos que produce el embarazo. Me agravé en el octavo mes.

Según los médicos no había esperanza para mí ni para el bebito que esperaba.- Digo «el bebito», pues yo esperaba y dentro de mi corazón …lo sabía, …que iba a ser un varón «igualito a su padre».

La Misericordia de Dios se derramó abundantemente sobre nosotros. Se hace junta médica y deciden hacerme la cesárea.

Casi siempre estaba inconsciente. Por momentos volvía en mí, hasta que me empezaban las convulsiones de nuevo. En cada una se esperaba que ya no despertara más. Yo recuerdo que en la mesa de operaciones me volvió una convulsión. La Dra. anestesista me decía: «Lucha por vivir, lucha». No recuerdo más. volví en mí, muchas horas después.

Según me cuenta José, los médicos lo llamaron al salón de operaciones para que me viera con vida por última vez. Me vio a mi inconsciente y muy pálida. Cuando le enseñaron el bebé, le dijeron que era un varón, pero que tenía muy pocas posibilidades de vivir. Nos dieron 72 horas; si las pasábamos era solo un «milagro de Dios».

Me enseñaron el bebé, le dijeron que era un varón, pero que tenía muy pocas posibilidades de vivir. Nos dieron 72 horas; si las pasábamos era solo un «milagro de Dios».

El milagro sucedió, pues a las 72 horas ya tenía conocimiento. Nunca podré olvidar la primera mirada a mi hijo. ¡Dios mío…, era igualito a su padre…! Lo que me angustiaba era de que mi niño no se salvara. Estaba en una incubadora y era tan pequeñito… !.Tan indefenso… !. No llegaba a pesar ni 5 libras.

No me importaba los dolores que yo tenía. Me dolía muchísimo la cabeza, el estómago; en realidad me sentía muy mal, pero solo le pedía a Dios que se salvara mi bebé.

Al niño lo mantenían en la incubadora. A mí me trataban con unas inyecciones muy fuertes para mantenerme bien la presión arterial. Los días pasaban, íbamos mejorando y hasta pasó algo muy interesante. En la misma clínica se encontraba la enfermera que recibió al nacer, a mi esposo José. Vino a ver el recién nacido y cuando lo vio exclamó: «Niño que se parece al padre honra a la madre».

Eran tantos los deseos de tener más hijos, que aunque corría mucho peligro, a los dos años nació mi «niña bonita», Sofía.

Me costó muchísimo pues también tuve Pre-eclampsia, pero me hicieron la cesárea a tiempo. Sofía estuvo 33 días en la incubadora, tuvo que luchar mucho por su vida. Ya hoy es una gran mujer casada y con dos hijas.

En el tercer embarazo, las dificultades se agravaron y nuestro hijo murió a las 30 horas de nacido. Fue un golpe muy grande para José y para mí. Mi niño había muerto y mis «brazos estaban vacíos».

En ese momento dije: «Mi Dios, yo te ofrezco este dolor tan profundo. Te doy gracias porque Antonio José se pudo bautizar y yo sé que es un angelito más en el cielo. Te pido por favor, que como los restos de mi hijo se van a volver tierra de este país, me permitas llenar de nuevo mis brazos y que yo pueda adoptar un bebé aquí».

El tiempo pasó, yo esperaba y esperaba. Nos llegó el éxito económico, nos desenvolvíamos en un ambiente cristiano de clase media; inclusive llegamos a fabricar una casa muy cómoda y amplia en un barrio residencial, pero nos faltaba algo… Me daba cuenta que José deseaba tener más hijos y… yo también… pero, por la gravedad de mi estado quedé imposibilitada de tener más hijos.

Visitábamos las diferentes instituciones donde había bebés para ser adoptados, pero, aunque reuníamos los requisitos por un motivo o por otro, pasaron 13 años y ya José Antonio y Sofía eran adolescentes. José continuaba al frente del negocio y yo me matriculé en la Universidad y comencé otra carrera que me ayudaría más en mi vida profesional.

Una mañana, inesperadamente, nos llaman y nos comunican que había quedado una niña expósita (Padres desconocidos). Que si todavía estábamos dispuestos, podría ser la hija que tanto habíamos esperado.

El entusiasmo de José y mío era grande, pero…, teníamos que consultarlo con nuestros hijos y con la Nana. Nos reunimos inmediatamente. No había tiempo que perder, ya habíamos esperado 13 largos años y no nos quedaba mucho tiempo de juventud para poderle hacer frente a la crianza de una nueva criaturita.

«Papi y Mami, cuándo llega nuestra hermanita?. ¡Qué venga pronto!»

Nuestra hija Sofía fue la primera que se llenó de gran alegría y nos preguntó: «Papi y Mami, cuándo llega nuestra hermanita?. ¡Qué venga pronto!». El hijo se quedó pensativo, y de momento nos dijo: «Caray! Ya yo pensaba que este momento nunca iba a llegar, y agregó con una gran sonrisa,… tráiganla pronto…».

La Nana nos prometió cuidarla y amarla como una segunda mamá. Fueron momentos de gozo inenarrable, nuestros corazones palpitaban de alegría y con gran expectativa esperábamos la llegada a casa de nuestra hijita.

Cuando llegó la traían envuelta en pañales, me la entregaron en mis brazos, los demás nos rodeaban.

La primera mirada que le di a mi hija después de levantar la sabanita que la cubría; se puede comparar con la primer mirada que le di a mis otros dos hijos. ¡Dios, mío…! ¡Qué linda era…! ¡Cuánto amor sentía por ella…!

Comprendí que esa pequeña niña siempre había estado en mi corazón. Se llamaría María, sí como la Virgen María, a quien tanto yo le había rogado por esta hija. Sofía dijo: «María Cristina». Con ese nombre fue bautizada.

En ese maravilloso momento entendí algo, que ha sido lo que siempre le he dicho a mi hija María Cristina, desde que tuvo entendimiento: «Dios manda a sus hijos por diferentes medios; unos los coloca en el vientre y otros los coloca en el corazón «.

A raíz de la llegada de mi hija María Cristina, ayudamos a adoptar bebés a un promedio de 8 familias que estaban ansiosas por tener un hijo en sus brazos. Personalmente viví y pude ver la felicidad de esos padres cuando recibían y criaban a esos bebitos enviados por Dios por «medio del vientre» de otras mujeres, pero para que fueran directamente al «corazón» de otras madres que los deseaban enormemente.

Hoy mi hija María Cristina cuenta con más de 20 años de edad, ya es una estudiante universitaria. Todos estos años han sido de muchas alegrías y satisfacciones, pero también al igual que con los dos mayores, hemos tenido sufrimientos y problemas; como cualquier otra familia.

Nos sentimos satisfechos porque Dios tuvo misericordia de nosotros y de nuestra linda hija y nos unió, formando así una familia, que si bien no son de «12», como lo planeábamos José y yo de novios; no deja de ser un buen número.

Durante mis años de espera, comprendí lo difícil que sería para esas «madres en potencia», el no poder llenar sus brazos con un hijo. Sin embargo, hay otras mujeres que los pueden tener en el vientre, pero por diferentes motivos no los pueden tener con ellas, cuando ya están nacidos.

Muchas piensan la solución más rápida, el aborto. En ese momento no piensan que esa vida no les pertenece, que el aborto es un crimen y un gran pecado, que también ese niño tiene derecho a nacer.

Cuan felices podrían ser esos niños – si los dejaran nacer- y que felices podrían ser esas madres que «tienen sus hijos en el corazón», pero que no les pueden dar a luz, si pudieran adoptar a uno de esos niños.

Y pienso: «Dios mío, cuántas madres hay con los brazos vacíos, pero también cuántas mujeres hay que abortan a sus hijos!» Pido a Dios, porque no se cometan más abortos de los bebés por nacer y que en su lugar se agilicen más los medios burocráticos y faciliten las adopciones.

Esta sería una forma de ser más felices todos. Debe darse la oportunidad a esos niños para que vivan, crezcan y se desarrollen al servicio de Dios y de los demás. Y lo que es muy importante; evitaríamos que muchas mujeres no se sientan con ese peso tan enorme y destructor en su conciencia, de haber cometido ese horrible crimen en sus hijos.

La Madre Teresa de Calcuta dijo: «No los aborten dénmelos a mí».

Hacen la misma súplica muchas madres con los «brazos vacíos», que esperan el «hijo de su corazón».

Este es un aporte del Ministerio de Padres y Madres Orantes.

Querida hermana este relato es un hecho real y lo ponemos a la disposición de ustedes para que comprendan la importancia que tiene, «dejar nacer los hijos de Dios».

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